Elegancia, belleza, poder, frescura, inmortalidad. Estas son algunas características que achacamos a los vampiros. Seres andróginos que hemos idealizado y humanizado a través de las novelas durante siglos. Novelistas como Anne Rice, se han encargado de darles una forma humana pura e inocente, tan atrayente como anhelada por muchas personas.
Hay gente que cambiaría su vida y su alma a cambio de un cuerpo capaz de todo, a pesar de lo maquiavélico que resulta el echo de tener que arrebatar vidas humanas para conservar la propia. ¿Qué importancia tiene el echo una vez que hemos adquirido el poder absoluto? Y es cierto, que según la lectura que se ejerza, cualquier “ascenso” o “transmigración” a un ser superior hace que la vida humana pierda importancia, cambia el punto de vista y se abandona lo propio, convirtiéndose en ajeno. Una forma de materialización, de idealización.
Siempre hemos estado acechados inconscientemente por entidades que, al parecer, se alimentan de parte de nuestra esencia, ya sea energética o física. ¿Pero podemos llamarles verdaderamente vampiros? El vampirismo que conocemos es puramente literario. ¿Pero existen los vampiros de verdad?
Sí, existen. Pero poco tienen que ver con Drácula, Lestat, o Eduard. A pesar de lo atroz que resulte, cualquier persona puede beber la sangre de otra, puede cometer atrocidades con otros cuerpos y llamarse a si mismo vampiro. Así lo único que conseguirá es hacerse un daño incalculable a si mismo y a su pobre mente, y por mucho que cumpla sus rituales literarios, jamás será un vampiro, sólo un psicópata. No, los vampiros no son humanos, si quiera pertenecen a este plano en el que vivimos, aunque si que pueden presentarse ante nosotros en forma de hombre elegante, colmilludo y sabio. Una transformación a lo material idealizada por nuestra mente, un canal que le da una forma conocida y temida por nosotros.
Donde hay miseria, dolor, podredumbre y abandono, se generan energías residuales poderosas capaces de tomar alguna forma de consciencia, alguna forma de libertad de elección y libre albedrío, donde su única fuente de alimentación es el miedo, la brutalidad, el dolor llevado por el terror. La energía que generamos a través de nuestras emociones posee dos polaridades. La energía positiva del pensamiento generada a través de nuestras emociones alimenta plenamente al mundo, a nuestras personas cercanas, a la naturaleza que nos rodea, generando de forma natural un bucle de reciprocidad. Sin embargo las malas energías que generamos a través del odio y el miedo, van a parar a estas entidades insaciables, que a su vez te devuelven las emociones multiplicadas para que sigas generando decadencia, empezando así su propio y asqueroso bucle de reciprocidad.
Su alimentación o síntesis, en principio es sutil, pero como a cualquier forma de vida, una buena alimentación le da fuerza para crecer, para hacerse fuerte y tener más poder para generarte aun más miedo, y así al final, a través de tu energía drenada será capaz de tomar una forma física. Al principio, interactuará directamente con tu mente, con tus sensaciones y percepciones. Después podrá interactuar con la materia, pequeños ruidos o pasos que, evidentemente harán que generes más miedo. Después sombras, golpes, objetos que se mueven y, evidentemente más miedo. Después y en un estado de inducción mental se tomará la forma física, que se generará puramente a través de aquello que enfoca tu mente, de aquello que se ha estado alimentando, se convertirá en aquello que verdaderamente temes. Un demonio, un vampiro, o incluso un niño. Éste paso llevará a un estado de terror creado expresamente a la carta del temeroso, y aquí, un festín y un ser humano convertido sólo en miedo, incapaz de generar la energía positiva, un ser humano incapacitado, alimento de vampiros. Los actos y la mente de los humanos abren la puerta a estos seres, crean su puente escalonado a la materialización.
El vampirismo, es un acto de drenaje energético. Los humanos tendemos a humanizar todo lo que no entendemos para que nos resulte más compresible. La idea de que algo se alimente de tu miedo, se transforma en lo físico en algo que clava en ti sus dientes y absorbe tu sangre, algo puramente metafórico, para después convertirte en Vampiro, un ser que genera una vibración energética baja que se alimenta e hincha de la reciprocidad del miedo.
En los casos que un ser humano llega a morir en circunstancias de miedo o brutalidad, o ambientes donde se han generado grandes cantidades de sufrimiento, se desprenden energías ciegas o residuales que podrán quedarse estancadas durante mucho tiempo buscando alimento para crecer y tomar forma. Nuestra energía es muy poderosa, aunque en los tiempos que vivimos, imperceptible, ya que nuestra sensibilización se está convirtiendo en plástica.
Si esto genera alguna forma de temor, desde aquí de corazón, insisto en que no quiero infundir esa sensación. Pero la única manera de hacer frente a estos entes energéticos es transitando el miedo, transcendiéndolo, sencillamente no queriendo jugar a su juego.
¿Cuantas veces te han pedido que juegues a un juego al que no quieres jugar, y has dicho que no, y te has ido tan campante y feliz a hacer otra actividad más interesante? Es exactamente eso. Si tienes miedo, considera que es sólo una forma de juego, baila con tu canción favorita, mira alguna película bellísima, di sí a la paz. No luches contra tu miedo, la lucha sólo ejerce destrucción sobre uno mismo, baila, danza con tus miedos y transfórmalos en flores.
Si el miedo desaparece, las entidades desaparecen. Los rituales que hacen los médiums o videntes consisten prácticamente en eso, en erradicar el miedo, en transitarlo y dar la plena confianza de que eso seres ya no están. Llena tu ambiente de luz, que la música bella retumbe en las paredes. Recuerda que el engaño mental consiste sencillamente en la inercia y el caso que ejerce uno mismo sobre ello.
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