La no-localidad es una historia de amor subatómico con implicaciones notables en la psique humana (a fin de cuentas, el romanticismo tiene siempre una pizca de incertidumbre)
Por: Javier Barros Del Villar
¿Cuántas veces no hemos sentido estar
particularmente conectados con una persona a pesar de encontrarnos
físicamente separados de ella? Esos atisbos de conexión perenne,
transespacial, que se manifiestan a través de conjugaciones sincrónicas,
de potenciales suspiros simultáneos o sombras salpicadas que juegan a
la pareidolia, no sólo existen en la historia del romance o o la
psicosis, también se registran en la materia, a nivel subatómico; a este
fenómeno se le conoce como la no-localidad cuántica.
La teoría de la relatividad y la teoría
cuántica, que refiere a una naturaleza “probabilística” del universo,
constituyen los dos grandes parteaguas dentro del siglo XX en el plano
de la física –con implicaciones que se desdoblan en prácticamente todas
las áreas del pensamiento humano. Y sin duda, uno de los aspectos más
fascinantes dentro de esta segunda revolución científica es precisamente
la no-localidad.
Existen diversas versiones de este
fenómeno que, si bien no aplica en la física clásica, en la mecánica
cuántica ocupa un lugar privilegiado. Como explica con apreciable
claridad el resumen de una investigación escrito por Sheri Ledbetter y publicado en la revista Science Daily,
en la física tradicional, para que una partícula experimente una
fuerza, se requiere que ambas se encuentren en la misma ubicación,
mientras que en el plano cuántico esta coexistencia no es necesaria (el
efecto Aharonov-Bohm).
Otro tipo de no-localidad se refiere a
la relación entre dos partículas que algún día estuvieron juntas y
después, aún separadas por una larga distancia, mantienen una especie de
conexión –lo que Einstein llamó “spooky action at a distance”. Sin
embargo, y a pesar de lo sorprendente de este fenómeno, también existían
algunas limitantes para su consumación; por ejemplo, estas partículas
necesariamente debían de haber mantenido un contacto previo a su
“romance a distancia”.
Investigadores de la Universidad de
Chapman, entre ellos Ledbetter, publicaron hace unos días un experimento
en el que presuntamente se demuestra que existe otro tipo de
no-localidad, el cual no requiere que las partículas hayan estado
conectadas jamás para poder entablar esta extraña conectividad a
distancia (algo así como cuando te enamoras de un fantasma con la
certeza de que no responde al eco de ninguno de tus enamoramientos
previos, y quizá ni siquiera futuros). Las implicaciones de este
descubrimiento podrían tener significativas repercusiones dentro de los
postulados de la teoría cuántica, algo particularmente sorprendente si
consideramos que sus bases comenzaron a sentarse hace casi un siglo y
aún a la fecha sigue guardando sorpresas.
Evidentemente, el equipo de científicos
profundiza mucho más en este nuevo escenario de lo que aquí lo hacemos
(y lo haremos, aunque tal vez ya lo hicimos). Por ahora nosotros nos
quedaremos con las delicias propias de la incertidumbre cuántica,
producto de una relación injerencial no sólo del pasado hacia el
presente; también, desde el futuro hacia el presente, que es a la vez su
pasado. Y también aprovechamos el pretexto para compartir algunas
analogías románticas ahora que relativamente se aproxima el otoño, esa
temporada en la que se registran incontables “citas ciegas” entre las
hojas cafés que de pronto se desprenden de la rama para entregarse,
probablemente enamoradas, a un incierto vacío.
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